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Monasterio de la Concepción

Aproximación histórica

En 1518 tuvo lugar la fundación de este convento por religiosas concepcionistas como filial del primero que abrió la Orden en Toledo gracias a santa Beatriz de Silva.

Debido al incremento del número de religiosas, su deterioro y ruina parcial, fue ampliado en el siglo XVIII, en el contexto de la devoción inmaculista y del esplendor económico y artístico que gozaba El Puerto en aquella época. El mecenazgo de ricos comerciantes (Vizarrón, Barrios) contribuyeron a su reconstrucción y exorno con retablos, tallas, pinturas, etc. a lo largo de dicha centuria.

De poseer grandes propiedades rústicas y urbanas en la ciudad y contar con la población religiosa regular femenina más numerosa de El Puerto, el monasterio fue decayendo a partir de la desamortización de 1836. En un siglo como el XIX, de mentalidad menos sacralizada, faltaron vocaciones y donaciones que, junto a la desaparición de las rentas y la consiguiente escasez de medios económicos, propició la crisis que desde entonces afecta al mismo.
Del XX destacamos el traslado de religiosas y parte de su patrimonio del convento de Villamartín, las obras de reparación en varias dependencias y reformas en la zona de calle Larga. También fue importante en esta etapa la instalación de un obrador para elaborar productos de repostería, una de las escasas fuentes de ingresos para esta reducida comunidad de concepcionistas en la actualidad.

Riqueza y calidad de su patrimonio artístico
Dotes, rentas y donaciones de benefactores contribuyeron a fomentar la riqueza y variedad del patrimonio conventual. Además, muchas de las piezas conservadas proceden de conventos desamortizados de El Puerto (San Francisco, Descalzos y Santo Domingo) y de otros de la provincia (Jerez y Villamartín).
Junto a su arquitectura barroca en iglesia, coros, claustro y otras dependencias del interior, todas las facetas artísticas representadas son de gran importancia histórica y calidad: retablos, esculturas, pinturas, piezas de azulejería, rejería, carpintería, orfebrería, bordados y laudas sepulcrales de diferente cronología (entre el siglo XVI y el XX) y estilos (desde el renacimiento hasta el eclecticismo contemporáneo).
Algunas de estas obras están firmadas o atribuidas a artistas de primer orden de esas épocas y estilos, principalmente barroco, imperante en la reconstrucción dieciochesca del convento y el ornato de sus dependencias.

El interior del templo conventual presenta planta de cajón, con nave única, sin transepto ni capillas laterales, y coros (bajo y alto) a los pies desde donde las religiosas pueden seguir los actos litúrgicos sin salir de clausura. La nave se cubre con bóveda de cañón y lunetos reforzada por arcos fajones que descansan en una ancha cornisa, pilastras y pilares en el falso crucero. Este se cubre por bóveda semiesférica sobre pechinas, sin linterna. Retablos y altares adosados a los muros, barrocos y del siglo XVIII, decoran este espacio sagrado con imágenes devotas de mayor o menor mérito artístico. Destaca el retablo mayor, de estípites, tres calles, dos cuerpos y ático, costeado por Jacinto de Barrios y tallado a mediados de esa centuria por la familia Navarro.

Otras piezas interesantes son los paños de azulejos conservados en la capilla mayor (sevillanos del siglo XVI), la doble reja y celosía que aíslan ambos coros, la cratícula, el cancel, lápidas de benefactores del convento de los siglos XVII y XVIII (Suarez de Siqueira, Vizarrón Araníbar, Diego José y José Joaquín de Barrios), esculturas de ángeles lampareros, imágenes de otros retablos (Dolorosa, san Nicolás de Bari, santa Beatriz de Silva, san Miguel y san Francisco de Asís) y varios cuadros (Camino del Calvario, Ánimas, San Jerónimo, san Cristóbal, Cristo Flagelado y Descendimiento).

Su fisonomía actual se debe a la reconstrucción del siglo XVIII a partir de una planta racionalizada que sitúa en torno a un gran claustro centralizador las dependencias comunes en el piso inferior y las celdas en la planta alta, mirando hacia el patio ajardinado. Paralela a la calle Nevería se alza la iglesia y los coros alto y bajo. Conservan gran interés histórico y artístico también el refectorio, sala capitular y cementerio. Funcionalidad y austeridad caracterizan estos espacios, contrastando con retablos, esculturas y pinturas barrocas repartidas por todos ellos.

Del exterior de la iglesia destaca su fachada con dos portadas (adinteladas, de doble cuerpo, columnas laterales, molduras mixtilíneas, hornacinas, frontones partidos y otros detalles barrocos) y el campanario mirador.

El coro bajo conserva obras de arte de gran interés que pertenecen a diversas facetas, estilos, procedencias y calidad artística. Destacan los azulejos del siglo XVI, un retablo rococó, vitrinas con Niño Jesús y san Juanito, imágenes de talla completa (san Francisco, san José, san Joaquín, santa Ana, Atado a la columna, Virgen del Rosario...) y candelero (Inmaculada de Villamartín y Virgen del Carmen), varios cuadros y exvotos, atriles de mesa y pie y colecciones de relicarios y medallones.
En la sacristía se conservan azulejos de varias épocas, destacando los de Delft del XVII, el antiguo doble torno que comunica con la sacristía interna y algunos cuadros (Virgen de Guadalupe y Epifanía).

Francisco González Luque

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